lunes, 17 de julio de 2017

La Belleza en la Posmodernidad


Una de las cosas que más ha ocupado a los análisis estéticos sobre el arte es la idea de belleza. Como resalta María Francia Fonseca (2013): "(...) desde la Antigüedad hasta la actualidad la belleza ha dado vueltas en la cabeza de los grandes pensadores y artistas." Desde las conceptualizaciones socráticas en las que no hay un pensamiento estético determinado, pero sí una reflexión sobre el artista, se ha logrado, si se mira de un modo lineal, construir en cada época, acorde a contextos y acontecimientos históricos, un concepto o ideal de belleza. Referenciada en las creaciones artísticas, para luego ser tomada por arte, dicho ideal de belleza se presta para ser atribuido a muchas de las manifestaciones humanas, sean éstas en el campo del arte, de la arquitectura, de la ciencia; o en ámbitos conceptuales como la filosofía y la sociología.

La muerte de Sócrates, (1787), Jacques Louis David.

En ese sentido, nos adentramos en la reflexión sobre la belleza, pero esta vez en relación con la posmodernidad; entendiendo así lo que se considera belleza bajo este modo de concebir el mundo. Es desde este punto de vista que se puede considerar mencionar la muerte de la belleza, veamos los motivos.

La belleza ha sido uno de los temas más cuestionados y reflexionado en torno al arte; tiene sus primeras consideraciones en el pensamiento griego, dentro del cual la belleza se encuentra pensada no como una categoría estética, como lo será mucho tiempo después, sino como una reflexión en torno a la naturaleza, el mundo y el hombre. En un primer momento, se le entiende como el grado máximo de perfección, constituida en especial por el orden, la armonía y la simetría; que son los conceptos básicos con los que se va a asociar la belleza hasta la Edad Media. Para Platón, la belleza se encuentra en el mundo de las ideas, donde están las copias originales de todas las cosas que constituyen el mundo sensible. Con los pitagóricos la belleza será entendida bajo los preceptos de las leyes de las matemáticas, pues éstas constituían, para ellos, las consideraciones exactas para entender el mundo. En la Edad Media el concepto de belleza se mantiene asociado a las consideraciones aristotélicas, pero con unos valores religiosos agregados, a saber, será entendida en relación al orden y la luz; la luz porque representa una manifestación de la divina providencia, motivo por el cual, más tarde, será asociada a valores morales como lo bueno, que es otra de las categorías estéticas de donde se desprende lo bonito, lo agradable y lo sublime (Oyarzun, 2013, pp. 67-98).

The Birth of Venus, (1863), Alexandre Cabanel.

Posteriormente, y en medio del auge de la Ilustración kantiana, la belleza será pensada a partir del sujeto, es decir, las consideraciones en torno a lo bello serán dadas por unas facultades del individuo, donde tiene lugar una experiencia de la belleza no como propiedad del objeto sino como propiedad del gusto, de donde se desprende el juicio. El gusto va a estar dado por el placer o displacer al observar una obra de arte.

Lo que nos ocupa ahora es definir la belleza en la posmodernidad, entendido este periodo como punto de partida de un proceso de individuación, sujeto a grandes cambios que dejan en evidencia el rechazo y la ruptura con los valores de la tradición. La tecnología juega un papel importante en lo posmoderno; así como también el reconocimiento, la moda y los medios publicitarios y reproductivos del arte. El arte en la posmodernidad se define por el desinterés y la apatía a todo aquello que se encuentra aceptado por la sociedad (para un modo de conducción en estas lógicas, véase la conducta blasé). De esto son evidencia las vanguardias artísticas, que se gestan, en una primera fase, en 1848, año que se entiende y delimita regularmente como parte de un periodo e ideal moderno; y una segunda fase en 1945, en lo que se ha denominado posmoderno, que es de donde surge el arte minimalista, el arte conceptual, el arte abstracto y el arte ecológico. Jean-Francois Lyotard (1986), explica que lo posmodemo sería aquello "(...) que se niega a la consolación de las formas bellas, al consenso de un gusto que permitiría experimentar en común la nostalgia de lo imposible." Se comprende que, en la posmodernidad, en primer lugar, no existe como tal una idea de belleza. En segundo lugar, como ya se ha resaltado, la posmodernidad, más que un periodo, es en sí misma un modo de entender la realidad, es en tal sentido que surgen las rupturas y quiebres conceptuales, siendo que el artista recrea la realidad que vive.



123454321+, (1971), Sol LeWitt.

Una de las figuras artísticas más influyentes fue Marcel Duchamp, quien marca un distanciamiento entre el arte moderno y la forma de concebir el arte a partir de la posmodernidad. Se busca en esta esfera suprimir toda búsqueda de la belleza, de representarla o siquiera dejarla entrever. Se comienza a evaluar el arte a partir del disgusto y el impacto conceptual que cause en el espectador. Por esta razón se afirma con Hegel que el arte ha muerto, pues no busca fines, sino que se consolida como un medio para la reflexión. La belleza en este punto se desliga totalmente de las representaciones perfectas de la realidad, por medio de vanguardias como el suprematismo o el neoplasticismo. El arte en la posmodernidad se separa de la naturaleza como objeto de imitación; a partir de entonces no hay un canon de belleza, relegado a la moda, a la propaganda y a los espacios de orden comercial, como una sátira a la vida burgués. El artista posmoderno rompe con los ideales de la ilustración, emplea nuevas técnicas y usa nuevos materiales para su creación artística. Así, nacen los performances y los collages, como modos de hacer arte y de crear ingentes visiones sobre la realidad.


Referencias bibliográficas


Oyarzun, Pablo. (2013). Categorías estéticas. En: Xirau, Ramón Sobrevilla, David. (Eds) Estética. Madrid: Ed. Trotta.

Mukarovsky, Jan. (1977). El arte como hecho semiológico. Tomado de: Escritos de estética y semiótica del arte. Editor: Gustavo Gili S.A., Barcelona.

Sontag, Susan. (1984). Contra la interpretación. Traducido por Horacio Vázquez Rial. Ed: Seix Barral, Barcelona.

Lyotard, Jean-Francois. (1986). La posmodernidad explicada a los niños. Éditions Galilée: París. Traducción: Enrique Lynch. Primera edición: enero de 1987, Barcelona, Primera reimpresión noviembre de 1987.

Fajardo, Carlos. (2001). Estética y posmodernidad. Nuevos contextos y sensibilidades. Ediciones Abya-Yala: Quito-Ecuador.

jueves, 13 de julio de 2017

Aspectos generales de la filosofía de la existencia



¿Qué es existir? o debería decirse ¿Qué es la existencia? La respuesta a estas preguntas nos remite al diario vivir, contenido de estados anímicos y emociones; propósitos, proyecciones, sociedad, política, economía, cultura. Todo aquello que, como muchas mantas, cubren la existencia, constituyéndola en gran medida. Los filósofos de la existencia se esforzarán por develar los aspectos característicos de la existencia y los existentes. Así, como en toda la filosofía misma, la filosofía de la existencia se divide en varias tradiciones o rutas de análisis. Como punto de partida, encontramos la filosofía de la existencia francesa y la filosofía de la existencia alemana; existencialismo ateo o existencialismo cristiano. Para Paul Foulquié, habrá esencialistas, existencialistas y, así mismo, existencialistas esencialistas. En todos, la premisa son las consideraciones necesarias para entender la existencia, sea en individuo o en sociedad.

Frame.
The Passion of Anna. (1969).  Ingmar Bergman.

Hablar de filosofía de la existencia supone en la actualidad un auge de perspectivas, y por ser así, también conlleva a que las diferentes concepciones sean imprecisas. En primer lugar, no existe como tal el modo correcto de referirse a la existencia. En segundo lugar, tampoco es correcto afirmar un consenso entre llamarlo filosofía de la existencia o existencialismo. Se tiene, con esto, que existen diversos existencialismos, o diversos modos de referirse a la existencia, siendo muchas veces contradictorios los unos a los otros.

Frame
12 Angry Men. (1957). Sidney Lumet.

La división parte, como se mencionó al inicio, en tanto tradiciones del existencialismo alemán y del existencialismo francés, siendo representante de la primera Karl Jaspers y, aunque no propiamente como existencialista, la filosofía del ser de Martín Heidegger brinda aportes considerables a la doctrina existencialista. La primera característica de la filosofía de la existencia alemana es un sentimiento compartido y difundido de angustia, de ansiedad ante el fracaso. Jaspers, interesado en la existencia, plantea que no puede separarse la razón de la existencia. Por el contrario, deben ser vistos en armonía. La razón piensa la existencia, y la existencia es la condición de posibilidad de la razón (Hirscheberger, 1961, p. 313). Heidegger, apuntando a la comprensión del ser, separado del ente, parte de la consideración de que el ser es posible mediante la existencia. Dado que Heidegger no es existencialista, no va a negar la esencia tal como esta corriente lo haría, por el contrario, dice que la esencia del ser es la existencia (Wahl, 1956). Para Heidegger, existencia es ser en el mundo, de modo que el existente es ser situado en espacio y tiempo.

Frame.
The Passion of Anna. (1969). Ingmar Bergman.

Por el lado del existencialismo francés, inicialmente se encuentra dividido en dos partes: existencialismo ateo y existencialismo cristiano. Éste se encuentra representado, por una parte, por Jean-Paul Sartre y, por la otra, por Gabriel Marcel. También Sartre va a estar en contra de los universales de la filosofía tradicional, y va a afirmar que la existencia precede a la esencia, dando el primer lugar a la subjetividad. Reconoce que el ser humano se encuentra sujeto a su libertad de elección, y es su elección la que a su vez crea a los otros. Así, el hombre primero elige, existe, luego es esto o aquello. Sartre dota al hombre de responsabilidad y compromiso ante el mundo y su elección, en tanto debe tener un proyecto que vive en la medida que existe; el hombre es completamente responsable de su proyecto (Sartre, 1973). Por su lado, Marcel concibe las esencias como aquello que solo es pensado, y esto pensado es creado a partir de la existencia. El hombre se encuentra en superación constante.
El existencialismo se levanta contra todos estos universalismos sistemáticos, y clava su bandera de combate en lo concreto y particular, con la vista puesta en la salvación de la libertad y de lo espontaneo (Martínez Torres, Emilio, 1950, p. 166).
La cuestión inicial de la filosofía de la existencia es develar la diferencia entre esencia y existencia. Algunos existencialistas renuncian a la noción de esencia, en especial la ofrecida por la tradición filosófica. La filosofía de la existencia renuncia a la búsqueda de una esencia de sí misma, puesto que esto conlleva ser objetivos, olvidando que los existentes no pueden ser calzados todos bajo un mismo y único esquema. Además, la existencia les afecta, de manera que tiene de suyo sentimientos como la angustia, intimidad, nausea, inquietud, absurdo, contradicción e incluso humanismo, como plantea Sartre.
Soy, existo, pienso, luego soy; soy porque pienso, ¿por qué pienso? (…) "existo porque es mi derecho”. Yo tengo derecho a existir, luego tengo derecho a no pensar (Sartre, 1973, pp. 117-118).

Para Jean Wahl, la existencia no es un tema de reflexión meramente filosófico, por el contrario, se encuentra manifiesto como inquietud incesante en aspectos como el arte y la literatura. La literatura es un recurso mayoritariamente usado por los existencialistas franceses; Sartre, por ejemplo, se vale de la creación literaria, que es menos cerrada en conceptos que la filosofía, para expresar sus nociones existencialistas. Así, cuando una crisis existencial se manifiesta en el arte y la literatura, por medios menos estandarizados, puede decirse que la existencia forma parte de varias esferas de manifestación humana, que la angustia y la intimidad conforman a su vez una experiencia estética en cuanto contiene un sujeto, esto es, en cuanto el hombre se hace partícipe de la experiencia del mundo de los otros.
Frame.
True Detective. (2014).

Los filósofos de la existencia se oponen, inicialmente, a las concepciones clásicas de la existencia, pues éstas apuntaban al estudio de las esencias, es decir, la forma más objetiva y universal de ver el mundo. Esta filosofía tradicional, que inicia con Platón apuntando a los ideales, pasando por Descartes que afirma que el pensamiento precede la existencia, es rechazada por existencialistas como Kierkegaard por crear sistemas de pensamiento. Para este último, la existencia es subjetiva, no tiene un sistema. La existencia se constituye a partir del devenir en el mundo, es decir, de la acción. De un elegir libremente, en tanto que con elegir se alude a un compromiso de efectuar esa elección, hacerla acto y cumplimiento. La elección modifica la materia que rodea, creando esencia. Para elegir se depende de los otros, que son a su vez quienes ofrecen en cierta medida las opciones de nuestra elección. El otro, a su vez, es modificado por la elección. Según Sartre, el otro es quien permite conocerse así mismo. Para Marcel, el otro es personal, , es prójimo. 

Referencias bibliográficas

Foulquié, Paul. (1973). El existencialismo. Ediciones Oikos-tau, S.A: Barcelona.

Hirscheberger, Johannes. (1961). Breve historia de la filosofía. Ed. Herder: Barcelona.

Martínez Torres, Emilio. (1950). En torno al existencialismo. En: Argensola: Revista de Ciencias Sociales del Instituto de Estudios Altoaragoneses, Nº 2, p.p. 165-172.

Sartre, Jean-Paul. (2009). El existencialismo es un humanismo. Ed. edhasa: Córdoba, Argentina.

______________. (1973). La náusea. Ed. Losada: Buenos Aires.

Vásquez, Guillermo. (1970). Una mirada al existencialismo. Ed. Mundo Hispano/Casa Bautista de Publicaciones: Alabama St, El Paso.

Wahl, Jean. (1956). Las filosofías de la existencia. Vergara Editorial: Barcelona.

miércoles, 12 de julio de 2017

Generalidades en torno a lo bello y lo desagradable a la vista


La asociación de lo bueno con lo bello y lo malo con lo feo en la anatomía del rostro y el cráneo.


1. El referente de la frenología

No pretendemos con este trabajo volver a ciertos postulados del siglo XIX. La asociación de ciertos rasgos físicos corporales con la idea de la delincuencia y la criminalidad se consolidó como objeto de estudio a partir del positivismo científico, gozando de gran legitimidad en el campo de los estudios sociales (sociología, antropología y economía) y sobre todo en el estudio de la medicina, influenciada por el evolucionismo naturalista. Desarrollada principalmente en el continente europeo, pero con avances en países latinoamericanos como Argentina y Chile, estos estudios son referidos muchas veces a la idea de la antropología simétrica y especialmente al campo de la frenología (también llamado craneología o craneoscopia) siendo en su época de gran aceptación, aunque hoy en día carezcan de fundamentos plenamente científicos. La frenología “[…] representó un campo de trabajo difundido donde confluyeron miradas sociológicas junto a enfoques de índole predominantemente biológico.” (Spota, 2014), pues: “Valiéndose de la aplicación de una mirada atenta a las dimensiones, formas y ratios establecidos entre las diversas protuberancias, valles y componentes craneanos de la persona bajo inspección, el especialista lograría reconstruir el temperamento de un paciente.” (Spota, p. 256). La idea de la frenología ya tenía sus antecedentes en los análisis de la fisiognomía (de allí el origen de la palabra fisionomía), en la cual se sustentaba que, a partir de los rostros humanos, se podía comprender la conducta social; ella se expresaba mediante comparaciones con ciertas especies de animales:

Ilustraciones de la obra de Giambattista della Porta’s: De humana physiognomonia libri IIII, (1586)

El determinismo biológico se consolidó como paradigma en la explicación conductual de los individuos, y ello no debería extrañar, pues tanto la teoría de la evolución natural, como el organicismo y el positivismo, aunado a ello la incapacidad de las ciencias sociales por consolidarse bajo el precepto de ciencia con leyes universales, prestaron su apoyo a esta visión sobre los estudios sociales. Sin embargo, y luego de más de dos siglos de la formulación de aquellos planteamientos, persiste aún la idea de fundamentar tales nociones, manteniéndose en las representaciones de la vida cotidiana, apoyadas por experiencias personales e incluso por ciertos estudios aislados que son propensos a una continua deslegitimación. Con ello, no podemos negar que algo de esto queda en los imaginarios, aferrado al sedimento de la mente, llevándonos a asociar ciertos rasgos del rostro con un tipo de conducta, en especial la delincuencial y la criminal. Incluso pareciese una cuestión innata a cada sujeto; sin embargo, no lo es, pues solo cuando un fenómeno ha sido parte de una cultura por tanto tiempo, llega a adecuarse y a formar parte íntegra de la misma. Recordemos entonces, que grandes científicos como Cesare Lombroso plantearon, a fines del siglo XlX, (influenciado por los estudios de Charles Darwin), categorizaciones para enmarcar a los delincuentes: mentón prominente, orejas aladas, colmillos salientes y ausencia de barba o bigote, agregando que éste constituía una especie de eslabón perdido en la evolución del hombre, es decir, un grupo de personas que no habían podido evolucionar adecuadamente. 

Cesar Lambroso, L’homme criminel Atlas, 1887.

Actualmente estas definiciones remiten más a la descripción de un salvaje que a la de un delincuente común. Y es que, a partir de allí se constituyen fundamentos para defender la segregación de grupos y poblaciones. Por aquel entonces, las mal formaciones o desviaciones del rostro o del cráneo eran, por lo general, asociadas a factores de delincuencia, barbarismo y criminalidad, esto por sus parecidos a animales o por no compartir ciertos rasgos generales de una población singular. Todo ello condujo a la asociación de lo feo, lo horrible y/o desagradable a la vista con lo malo o lo peligroso. El trasegar de las ideas del evolucionismo y de la teoría organicista pronto fueron trasladadas, casi que, de manera intacta, al Nuevo Mundo en los procesos de colonización. El alejamiento de los pensadores neogranadinos de la cultura francesa romántica permitió que se acercaran a la cultura anglosajona de Inglaterra, sumado a que, por ejemplo, en Colombia, se habían instaurado negocios comerciantes ingleses, por medio de los cuales se recibía la creciente influencia del pensamiento social de Herbert Spencer, uno de los grandes representantes del evolucionismo social (Jaramillo, 1993). La relación de lo bello con lo agradable y lo bueno ha sido un objeto de reflexión desde la antigüedad; sin embargo, necesariamente hemos de delimitar el tema al campo de la estética; veamos pues, algunos fundamentos para encontrar relaciones con lo descrito hasta el momento.


2. Lo bello y lo desagradable a la vista.


Iniciemos por definir cómo se aborda el tema de la apreciación del físico de las otras personas desde un punto de vista de la estética. Ello tiene que ver con la idea de una experiencia estética que acapara fenómenos que están a nuestro alrededor y con los que tenemos contacto en la vida cotidiana. Véase nuestra primera entrada. Y aquí, ¿Qué puede ser más cotidiano que nuestra interacción con las demás personas? La experiencia estética se encuentra relacionada con una sensibilidad del sujeto y con su afectividad, con la apreciación o con el rechazo de los otros (o a una situación o fenómeno determinado). Lo estético en este sentido toma un campo más amplio de análisis que la estética, es por ello que optamos por una visión desde lo estético respecto a las representaciones que se tienen de los criminales o delincuentes y su asociación con ciertos rasgos singulares de rostros y formas craneales específicas. En filosofía, el tema de lo bello es amplio, iniciado particularmente por los textos de Platón, en donde se representa lo bello con la sabiduría y lo feo con la ignorancia.
Estas configuraciones de imaginarios han sufrido multiplicidad de cambios y argumentos a lo largo de la historia de la filosofía; ejemplo de ello nos da Tatarkiewicz en su obra Historia de seis ideas:
(…) las teorías de la belleza han utilizado tres concepciones diferentes: A. Belleza en el sentido más amplio. Este era el concepto griego original de belleza; incluía la belleza moral y, por tanto, la ética y la estética. […] B. Belleza en el sentido estrictamente estético. […] comprende sólo aquello que produce experiencia estética [...] productos mentales al igual que colores y sonidos. C. Belleza en sentido estético, pero limitándose a las cosas que se perciben por medio de la vista.” (Tatarkiewicz, 2001, p. 153).
Aquí podrían tomarse las tres definiciones para dar una mejor explicación a estas representaciones que se tienen de las apariencias físicas. Si llevamos estas concepciones a la cotidianidad, daremos cuenta de que la imagen muestra cómo se repudia o se atrae respecto a otros individuos, aunque, desde luego, debemos tener en cuenta lo singular de la situación. Como escribe Andrés Gaitán: “Esta manera de enfrentar un Estado donde se confunden lo bello con lo bueno y lo malo con lo feo está hoy en día incidiendo gravemente en contrataciones, tipo de salarios, mejores oportunidades de trabajo y aumentos preferenciales para aquellos considerados bellos, lo que, por supuesto, hace que quienes caigan en desgracia y entren en un plano delincuencial sean por lo general las personas feas." (Gaitán, 2006). Es decir, ¿Cuál es el significado de la apariencia? ¿Acaso la diferenciación entre lo bueno y lo malo solo corresponde a un esquema mental binario de categorías que se guían por el sentido de la vista? Juzgar es separar apariencias, y más cuando descubrimos patrones de igualdad para generalizar nuestras opiniones. Buscamos homogeneizar nuestros pensamientos, reforzados por ciertos ideales: “La nuestra es una cultura basada en el exceso, en la superproducción; el resultado es la constante declinación de la agudeza de nuestra experiencia sensorial." (Gaitán, p. 26). Respecto a esto, véase la entrada sobre la conducta blasé.

Claros análisis de estas ideas las podemos encontrar en textos como la Modernidad líquida de Zigmun Bauman o La era del vacío de Gilles Lipovetsky, donde encontramos análisis sobre el atrofio de nuestras sensibilidades. Estos análisis dejan entrever, tal y como lo menciona Mukarovsky en el ámbito del arte, que: “Está cada vez más claro que el contenido de la consciencia individual viene dado hasta en sus profundidades por los contenidos que pertenecen a la conciencia colectiva." (Mukarovsky, 1977, p. 35). Aunque, por supuesto, estas conclusiones no sean nuevas.

Una consecuencia obvia de la asociación de tipos de rostros con la delincuencia, además de la denigración, es la fundamentación de la idea del racismo. Por ello, la interpretación debe ser cuidadosa, tal como escribe Susan Sontag (refiriéndose a otro tipo de análisis, pero que podemos tomar como analogía): “En Determinados contextos culturales, la interpretación es un acto liberador. Es un medio de revisar, de transvaluar, de evadir el pasado fenecido. En otros contextos culturales es reaccionaria, impertinente, cobarde, asfixiante.” (Sontag, 1984, p. 19).

 Cesar Lambroso, L’homme criminel Atlas, 1887.

El tema de los factores biológicos podría o no determinar una conducta social, pero es bien sabido que estos planteamientos pierden cada vez más legitimidad. Esto, tal como desembocó en teorías antropométricas que justificaban el racismo y la superioridad de un tipo de raza pura, también dejó un camino para que teorías como la del determinismo ambiental, donde se planteaba que el ambiente en donde nacían y vivían las personas determinaba sus modos de trabajo y una cultura específica, pudiesen transformarse en campos de análisis mucho más fructíferos, tal como la sociología ambiental.

La sociobiología se ha nutrido de todas estas investigaciones y ha desarrollado múltiples postulados que siguen siendo utilizados para explicaciones de conductas específicas. A partir de ello, podemos plantear la subordinación de estos factores biológicos a factores sociales, en donde la construcción de las representaciones e imaginarios respecto a ciertos rasgos físicos tienen una influencia (de grados) respecto a cómo las personas actúan frente a estas conexiones sobre al crimen y la delincuencia.



Cesar Lambroso, L’homme criminel. 1888.


Referencias bibliográficas.

Gaitán, Andrés. (2006). El botox o la globalización de lo bello. Ed. Universidad Nacional de Colombia. Facultad de Artes. 
Jaramillo, Jaime. (1994). Notas para la historia de la sociología en Colombia. En: De la historia a la Sociología. Bogotá.
Mukarovsky, Jan. (1977). El arte como hecho semiológico. Ed. Gustavo Gili, S.A. Barcelona.
Sontag, Susan. (1984). Contra la interpretación. Ed. Seix Barral, Barcelona.
Spota, Julio. (2014). Aportes para el estudio de la frenología argentina en la segunda mitad del siglo XlX. Tabula Rasa, núm. 20, pp. 251-281. Bogotá, Colombia.
Tatarkiewicsz, Wladislaw. (2001). Historia de seis ideas. Arte, belleza, forma, creatividad, mímesis, experiencia estética. Ed. Tecnos. Madrid.

martes, 4 de julio de 2017

La conducta blasé


New York Movie, (1939), Edward Hopper.

Parece existir una frágil distinción y a la vez una estrecha relación entre lo que consideramos un mundo objetivo (aquel de la economía monetaria, de la fluidez del dinero, del comercio anónimo, de la especialización del trabajo, del ordenamiento jurídico, de las estructuras religiosas, de las redes de información, de las cooperaciones internacionales, entre muchas otras) y un mundo subjetivo (el del ámbito personal, de las emotividades de cada sujeto [condicionadas en mayor o menor grado], del pasado en recuerdos de espacios, de los proyectos individuales, las desgracias personales, de la pequeñez con que el pensamiento reduce la realidad, de ver lo social desde el lugar que se ocupe en él). Estos mundos entran en contacto por medio de diversas formas de interacción natural y social.

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Berlín. Die Sinfonie der Großstadt Symphony of a Great City. (1927). Walter Ruttman.

En esta distinción/dependencia aparece una tensión que se manifiesta en ciertas sensaciones; en saber que algo mayor está por fuera, en que fuerzas externas guían al être humain por caminos laberínticos, envueltos en una maraña de diversidad, perdidos en calles extrañas, acusados por la seducción continua de estímulos que permean los ámbitos de expresión humana. El escenario por excelencia de tal condición es la metrópolis: “El horrible, hermoso, repugnante y magnífico desparramamiento de la gran ciudad." (Mills, 1977, p. 29).

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Schindler list. (1993). Steven Spielberg

Allí, la interacción entre sujetos queda reducida a una relación de indiferencia y, en medio de estas condiciones insoportables de diversidad, se origina la necesidad de encontrar reconocimiento. Estos estilos de vida son característicos de lo que podemos denominar la conducta blasé. Gianfranco Bettin escribe que la esencia de la actitud blasé reside en la insensibilidad hacia toda distinción. El significado y diverso valor de las cosas, y por consiguiente las cosas mismas, se perciben como no esenciales, y ningún objeto merece preferencia respecto a otro, convirtiéndose ello en el fiel reflejo subjetivo de una completa interiorización de lo canjeable y efímero.

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The silence. (1966). Ingmar Berman.

El arte no es ajeno a las dimensiones enunciadas. Este campo, utilizando la denominación de Pierre Bourdieu, es también afectado por la mercantilización y por la producción en masa de pinturas, filmes, obras musicales y esculturas, entre otras expresiones. Así, por ejemplo, los significados de las pinturas se normatizan mientras el ámbito subjetivo queda relegado, dando ello nuevas formas de expresión, cada vez más numerosas, iguales en importancia, abiertas a muchas interpretaciones o a ninguna. Cualquier fundamentación que pueda explicarlas a todas queda descartada; y aquí es necesario aclarar que no convenimos en un nihilismo, ni en una era del vacío o líquida, además que mitigamos concepciones como posmodernidad o denominaciones como sociedad del cansancio, pues habría que detenerse en ellas y analizar sus detalles frente al mundo.

Frame.
The silence. (1966). Ingmar Berman.

Como vemos en la primera imagen, el cuadro de Hopper, la expresión de la soledad puede conocerse en la multitud, en la infinidad de objetos que pueden llegar a ser considerados arte, en la basura misma. La conducta blasé se convierte en un atributo del ser humano de la urbe, una condición que constantemente recuerda dos temas que contemplan siempre la constitución misma del individuo: la angustia y la fatalidad. 
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Eraserhead. (1977). David Lynch.


Referencias bibliográficas.

Bettin, G. (1982). Los sociólogos de la ciudad. España: Ed. Gustavo Gili. S.A. 

Wright, M. (1977). La imaginación sociológica. Colombia: Fondo de Cultura Económica.