lunes, 18 de septiembre de 2017

La idea de Belleza en San Agustín de Hipona


San Agustín, como hemos visto en textos como Las confesiones, Contra los académicos, El orden y, en el que aquí nos ocupa, La ciudad de Dios, trata de temas tocantes a la verdad, de la cual afirma que, contrario a los escépticos, ésta puede ser encontrada; pues si bien se duda de todas las cosas, no se puede dudar de esa duda, siendo así, por lo tanto, que la verdad se encuentra por fuera de los sentidos. Reflexiona sobre Dios, diciendo que es la verdad, elevando lo verdadero singular a la verdad una, esa de la que todo es verdadero por participar de ella. Por otro lado, afirma que el hombre es un alma que tiene a su disposición un cuerpo mortal; del Bien afirma que es la voluntad de Dios. La forma, el orden, la simetría y la armonía son caracteres que lo ocupan constantemente, por ello los medita, al igual que con el problema de la naturaleza, el hombre, el Estado, la Ciudad y, desde luego, lo que nos interesa en esta entrada: el arte y la belleza.

Philippe de Champaigne, Saint Augustin, c. 1645-1650.

En la Edad Media la idea de la estética se encuentra estrechamente relacionada con el orden, donde el ordenador o el ser que rige el orden es la providencia divina: Dios. Es importante, por consiguiente, mencionar la triada que conforma este pensamiento estético: lo verdadero, es decir, lo interior; y lo bello y lo bueno: lo exterior. De este modo, la belleza es de carácter inteligible, concebida como una armonía moral o un esplendor metafísico, lo que significa que, en la Edad Media, de algún modo, se desconfía de la belleza exterior.

Benvenuto Tisi da Garofalo, The vision of Saint Augustine, (s.f).

San Agustín se encargó de contrastar la belleza exterior y la belleza interior, en La Ciudad de Dios (1985) dice:
Llamamos sensibles los objetos que pueden percibirse con la vista y con el tacto del cuerpo; inteligibles, los que se pueden comprender con la vista y reflexión del entendimiento; pues no hay hermosura o belleza corporal, ya sea en el estado de quietud del cuerpo, como es la figura, ya sea en el movimiento, como es el cántico o la música, de la que no pueda ser juez árbitro el alma.
 

San Agustín escribe de las cosas; las cuales existen aquellas que nos agradan y aquellas que nos desagradan, y por tanto, están sujetas a la razón, dado que causan un placer de carácter intelectual, pero siempre intermediadas por la vista:
Sobre cuya aserción no puede menos de llenarme de admiración cuando dicen que no son hermosos sino los sabios, y al mismo tiempo no puedo comprender con qué sentidos del cuerpo ven esta hermosura, y con qué ojos carnales advierten la forma y belleza de la sabiduría.
San Agustín, Sandro Botticelli, c. 1480.

Así, la belleza de las cosas está sujeta a tres aspectos: especie, número y orden. Por esto afirma que todo arte es perfecto en la medida que está bien hecho; de lo contrario, no merece ser llamada obra de arte. Cito:
Porque así como una pintura, colocado en su respectivo lugar el color negro, es hermosa, así el mundo, si uno le pudiese ver, aun con los mismos pecadores es hermoso, aunque a éstos, considerados de por sí, los haga torpes y abominables su propia deformidad.
El autor plantea que el artista tiene para sí toda la belleza de la naturaleza para imitarla. San Agustín defiende la imitación diciendo que ésta no es una copia del mundo, sino una manera de continuar construyendo el mundo, estableciendo una conexión entre Dios y la naturaleza, la naturaleza y los artistas, los artistas y el arte, y es por esto que el arte, como imitación de la naturaleza, continúa con el trabajo de Dios.
Toda la demás belleza y utilidad de las cosas creadas de que la divina liberalidad ha hecho merced al hombre, aunque postrado y condenado a tantos trabajos y miserias, para que la goce y se aproveche de ella, ¿con qué palabras la referiremos? ¿Qué diré de la belleza, tan grande y tan varia, del cielo, de la tierra y del mar; de una abundancia tan grande y de la hermosura tan admirable de la misma luz en el sol, luna y estrellas; de la frescura y espesura de los bosques, de los colores y olores de las flores, de tanta diversidad y multitud de aves tan parleras y pintadas, de la variedad de especies y figuras de tantos y tan grandes animales, entre los cuales los que tienen menor grandeza y cuerpo nos causan mayor admiración? Porque más nos admiran las maravillas que hacen las hormigas y abejas que los disformes cuerpos de las ballenas.

Referencias bibliográficas

San Agustín. (1985). La ciudad de Dios. Barcelona: Orbis.
 

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